Noche mágica. La pasión de miles de corazones latiendo al unísono iluminó el estadio Príncipe Felipe. Dos clubes centenarios, el Club Deportivo Cacereño (1919) y el Atlético de Madrid (1903), se midieron en el campo; dos universos dispares y distantes que se miraron de frente en la Copa del Rey.
Para el Cacereño, equipo de la Segunda RFEF, ser el anfitrión del Atleti, tercero en la Primera División de la Liga de fútbol, no solo fue un orgullo y un honor, sino la oportunidad de mostrar su talento, de demostrar su valía en el terreno de juego y de competir al más alto nivel a pesar de residir en orbes antagónicos e imposibles de aunar. Un desafío deportivo que reflejó la grandeza del fútbol en España.
Mientras que en el terreno de juego, 22 jugadores lucharon, en batalla desigual, por el balón con malabarismos virtuosos y dos entrenadores, Diego ‘Cholo’ Simeone y Julio Cobos, subrayaron sus potenciales estratégicos, los aficionados corearon simultáneamente cánticos de apoyo a sus jugadores que retumbaron en cada rincón del estadio.
Bufandas al viento conformaron un horizonte multicolor en el que se entremezclaron las pasiones, la alegría y la historia que dos grandes escribieron en los anales de sus trayectorias.
Ni el resultado de este partido ni su trascendencia derrumbaron la conexión única que la afición y los jugadores compartieron.
El verdadero triunfo de anoche radicó en la entrega y en el amor por los colores, en la culminación del esfuerzo colectivo, en la titánica batalla entre David y Goliat.
Dos aficiones cohesionadas por el amor y el entusiasmo por sus equipos y por el fútbol; por una montaña rusa de emociones, de sentimientos incontrolables.
Ser colchonero
Ser colchonero se lleva en el corazón; una pasión y un amor que arden con fuerza y trascienden al tiempo y a las adversidades.
Significa pertenecer a una familia unida en la alegría y más unificada en la frustración y el fracaso. Ser el pupas implica que tu corazón se acelera cuando el equipo toca el césped, que la euforia se desborda cuando las cosas salen bien y que la tristeza te derrumba cuando no es así, pero con la certeza de seguir luchando, compartiendo momentos inolvidables, muchos de gloria y otros tantos de declive.
En fin, que ser del Atlético de Madrid, ser rojiblanco, supone entrar en una espiral de altibajos, en un camino intenso de certezas e incertidumbres, en el que, y tal y como acentúa Simeone, «el esfuerzo es la clave del éxito», «en el que la mentalidad ganadora se construye día a día» y «en que cada partido es una nueva oportunidad de demostrar quiénes somos».
Ser del Cacereño
Pero ser del Cacereño también entraña el orgullo por los colores, ese verde que invade el alma de los aficionados, que actúa como el lazo que anuda las emociones en los triunfos y alienta en las derrotas. La pasión y la energía en el Príncipe Felipe con cánticos de esperanza cada domingo como una forma de vida, como una filosofía que señaliza el camino, que marca el devenir.
El Cacereño se conforma de los trocitos del alma de sus aficionados, de sus risas, de sus lágrimas y de sus pasiones porque, a pesar de las dificultades, ser del Cacereño significa lucha, perseverancia y fortaleza.